Paso a los creyentes

No sé si a estas horas Isco ya es jugador del Madrid, del City o se dedica a organizar timbas. Quiero decir que aún no sé si tengo que alabar sus virtudes o señalar sin misericordia sus defectos; podría escribir: «Isco, para quien lo quiera» o «Isco, un fichaje que ilusiona». Incluso podría publicar los dos, aunque me temo que no sería pionero. Yo diré que lo repaso en YouTube y es una maravilla todo él; vendimia pases. También en la sub 21, ese YouTube de YouTubes, Isco da maneras de monstruo. Es de regate imprevisible, algo valioso porque si fuese previsible no sería regate: hay marcadores a los que les da pereza entrar a sus pares de tan pesados que son. Así que me fascina Isco de la misma manera que me fascina Neymar: cosas bonitas que ver en el campo y que le dan al espectador exageración y electricidad. Gistau (¡otro fichaje que no sé cómo calificar!) me decía el otro día: «De momento el barcelonista va a ir al campo a ver a Neymar y Messi. Y el madridista ya no podrá ver a Mou».

Por eso la urgencia Isco, entre otras menos pizpiretas. Tiene esa naturalidad fascinante que se le pone a los jugadores cuando de repente los quiere el Madrid; todas sus jugadas, vistas bajo la perspectiva de que el Madrid pudiese tenerlas para sí, tienen el encanto de lo nuevo siendo ya lo viejo. Luego, cuando el Madrid los ficha ya parece su pasado como una antigua era de esplendor. Son jovencitos muy guapos y chispeantes que van de fiesta en fiesta derramando champán y luego, al casarse con la reina, hay que convencerles de que no les duele la cabeza. El primer jugador de YouTube fue Prosinecki. Cuando ni siquiera había internet ya circulaban vídeos suyos en los que parecía que en lugar de jugar al fútbol el hombre levantaba imperios pisando la pelota. En España dejó recuerdo de una muslera blanca, un paquete de rubio y unas furgonetas a las que no sé si alguien terminó subiéndose. Podría decirse, parafraseando a HelenioHerrera, que Prosinecki nos ganó a todos sin bajarse de la Kangoo.

Lo que me convence de Isco, más allá de la visión de juego y todos esos parámetros de calidad que cumple sobradamente (incluso es español, siendo ésa ya la virtud definitiva), es que haya declarado de chavalín su antimadridismo. Cuando no había cumplido la mayoría de edad (hay que decir que el Madrid ahora mismo es un equipo para mayores de 18 años y hasta de 40, dependiendo del arbitraje) dijo al diario Superdeporte: «No era del Madrid de pequeño, de hecho diría que soy un poco antimadridista (...). Me da la impresión de que el Madrid es un club prepotente por cómo son los jugadores, sin humildad no puedes llegar a ningún lado».

Al menos Isco conoce el club. La humildad, si se pierde 7-0 y se presume de dominar la eliminatoria, no está bien vista entre el madridismo que conserva cierto pudor. Sobre prepotencia tengo la sensación de que la del Madrid viene de serie: que sólo sería posible extirpar si se repartiesen siete copas de Europa entre modestos como las marquesas de antaño repartían la calderilla. Pero al Madrid, ahora, le hacen falta unos pocos antimadridistas, no digamos ya si fueran barcelonistas. Lo que más me gustaba de Mourinho era esa declaración suya de «hoy, mañana y siempre con el Barça en el corazón». Mourinho fue sincero: en lugar de mover al Barça del corazón, movió directamente el corazón, desplazándolo a los talones. Muchos amigos culés, tras la conquista de la Liga de 2012, me decían: «Sí, pero es barcelonista». «Ojalá», pensaba yo, «ojalá os esté haciendo esto un culé».

La historia reciente del Madrid, más concretamente sus fracasos, la han escrito madridistas rebotados por no estar donde les correspondía. Eto’o, por ejemplo, no corría como un negro: corría como un blanco. Y los últimos éxitos en Europa son de un atlético como Raúl; en Barcelona tienen a Iniesta. Nadie jugará mejor en el Madrid que un antimadridista porque esos sentimientos tan enconados y bien pagados desembocan en una rabia visceral, en un continuo convencerse a sí mismo de que ama el escudo cuando realmente lo que querría es desatar al niño que lleva dentro. Uno se imagina a Isco como antimadridista en el Madrid y, al llegar a casa después de ganar la Champions, contemplarse aturdido en el espejo preso de las turbulencias del alma. Profundamente shakesperiano Isco, durmiendo entre sábanas del Valencia mientras en el campo gana títulos para el enemigo con la voluntad épica con la que Valdano le sacaba Ligas al Madrid. Ojalá Isco, por el amor de Dios, entrevistado a pie de campo al marcar un hat trick mientras señala emocionado a sus compañeros: «¡Algún día estos goles se los meteré a ellos!».